Novedad

Esos castaños de París

Julien Green nos habla de “esa amistad particular que sólo se concede a los árboles”.

Publicado: 11/09/2011
  • intereconomia.com
    La ciencia botánica define el árbol como una planta leñosa, capaz de crecer más de 20 pies y tendente a tener un solo tallo, pero eso es como decir que el David de Miguel Ángel es un bloque de mármol de cinco metros y seis toneladas. Quizá no haya que llegar a los extremos de Beethoven, quien dejó dicho que amaba más a un árbol que a un hombre, pero sin duda hay una relación de afinidad admirativa entre hombres y árboles. En las Memorias de ultratumba, el vizconde de Chateaubriand levanta testimonio: el escritor que había tratado con Napoleón y con George Washington tiene el tiempo y el afecto necesarios para escribir sobre un ciprés –“cuyo origen y cuya historia era solamente conocida por mí”– del que se despide antes de partir de viaje. “Todavía existe ese ciprés”, afirma, “pero sus ramas enfermizas se elevan apenas a la altura de la ventana […]. Siempre tuve por este pobre árbol una particular predilección; parece como si me conociera y se alegrara cuando me aproximo a él”. Y lamenta que “esa misteriosa inteligencia que existe entre nosotros cesará con la muerte de uno de los dos”.

    Siglos más tarde, otro escritor franco-americano, Julien Green, dejará escrita la memoria de su árbol favorito de Trocadero: “Cuando él y yo vivíamos en la misma ciudad, yo lo llamaba el castaño del metro y sentía por él esa amistad particular que sólo se concede a los árboles”.

    Fumaroli, por su parte, señala que en París a los árboles se los trata “como a un amigo de la familia”, y quizá –apunta– esa sea la razón por la cual “el paseante anónimo en París, a poco que abra los ojos y no los cubra con una cámara, es mejor tratado que un rey viajando de incógnito”. Desde las acacias de Madrid, de eso sólo puede decirse que quien lo probó lo sabe.



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